Obnubilado el cerebro, se agitaba inconsciente de la zeca a
la meca buscando emociones, impresiones y estados de ánimo que alimentaran ese
biorritmo cardiaco, onírico e irracional que tanto era de su agrado y que le
ponía a mil. No siempre lo lograba. Al final del día, con intención
transparente, apagaba la luz de la mesilla y podía por fin secarse un agüilla
molesta que, proveniente de los ojos, no sabría decir si eran de lágrimas o de
sudor.
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