Tenía
una visión bastante clara del desorden y del deterioro en el que se había convertido
su vida. Esa consciencia le generaba una suerte de tristeza permanente de baja
intensidad. Se sentía como un perro perdido en la negrura de las calles y del
mundo, un perro que, a la deriva de un tormentoso banco de nubes, nunca
encontró, si es que existía, el punto de luz que únicamente a él estaba
destinado.
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