Ese quejumbroso ir y venir desde las lastimeras sístoles a las penosas
diástoles no daba una idea exacta de la guerra que acontecía en el interior de
su corazón. La morfina del deber cumplido apenas si podía paliar el dolor de
tanta renuncia y el deseo de tanta caricia muerta. Espoleada por la necesidad,
su cabeza no paraba de pergeñar estrategias que la sacaran de su confinamiento
en esa especie de mazmorra vital tan bien construida en la que vivía. Lejos del
sol, el insomnio ganaba la batalla al amor.
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