Poco después del adviento, en una olvidada esquina de un lugar que tenía
toda la pinta de ser el universo infinito, algo o alguien -probablemente la
casualidad- me reveló tu nombre. No fue un soplo de suave cadencia, no. Lo
recuerdo más bien como un aullido, una perturbación necesaria y violenta del
aire, que me despertó del letargo y la tristeza, e, igualito que un perro, me
puso tras tu rastro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario