Amén de la garantía del error, que todo el mundo daba por ley
cierta, ocurría que el sinsentido común, el más sentido y habitual de todos los
sentidos, reinaba entre las multitudes minoritarias del vecindario. En este
contexto, aunque se pasaba las horas muertas intentando escudriñar lo dicho y
lo no dicho entre las torcidas líneas que le habían sido dadas leer para solaz
y alimento de su elemental espíritu, lo cierto es que su estrategia de dominar
el mundo antes de ver cumplidos los catorce pasaba por horas bajas. Una vez
más, habría que recurrir a los clásicos de lo imprevisto.
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