Ver cómo se apresura el destino final de un hombre no debiera
tener nada de raro, especialmente si el tal hombre se había propuesto no dejar
huella alguna en la vida. Empero, y como consecuencia de un extraño presagio, el
hombre en cuestión al que me refiero
estaba habitado por un alma inquieta que no tenía dónde alojarse, lo que le
convertía en un ser débil al que la imagen de la luna caprichosamente ubicada
en el rectángulo de su ventana podía acelerar su ritmo cardiaco hasta unos
extremos que, finalmente, resultaron insoportables. Lo del influjo de la luna
sobre su corazón sí que tenía, reconozcámoslo, tintes de cierta excepcionalidad.
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