Ahogado como estaba en el universo de sus ojos castaños, llegó un
momento en que ni siquiera las distancias aportaban ya el mineral necesario para que hiciera posible el sustento. De mar a mar, sólo había espinas y desfiles
de escualos. Y muñones de ruinas. Y ventisqueros. Y panes de grano tan apretado
que resultaba incomible. Mientras el tiempo tallaba su mensaje en el rostro de
los incrédulos, él soñaba con morir en los lácteos labios de una galaxia.
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