Orgulloso aun a pesar de su esclavitud por el ron, las mujeres y
la música, su cuerpo rezumaba un suave a olor a matemática tierna ligeramente
marchita. No era un truco. Ese aroma tan peculiar, único al decir de muchos, le
otorgaba un cierto atractivo que se veía acrecentado por el hecho de entenderse
mejor con los objetos que con las personas, y dentro de éstas últimas, mejor
con las personas tristes que con las alegres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario