Lo
que fueron, esa singularidad infinitamente densa y matemáticamente paradójica
que fueron, todo lo que fueron, apareció en un instante definido, y es ese
preciso instante y no otro el que quisieran festejar hoy.
La
probabilidad de que pudieran llegar ser era más bien remota, ínfima. Y ya que
fue la magia del azar, la aleatoria presencia de un lejano algoritmo con nombre
de actor para ser exactos, lo que permitió que la casualidad hiciera acto de
presencia, quisieron comenzar el festejo con un sincero homenaje a los dioses
protectores del misterio, la estadística y el arte.
Los
hechos acontecieron por este orden. Al principio fue su nombre. Más tarde
llegaron sus palabras hasta que, por fin, como por encanto, apareció su rostro.
Una centésima de segundo después, ya la amaba. Y es aquí cuando deciden
continuar su particular zambra cogidos de la mano, sonriendo como niños,
mientras se toman un trago y se susurran al oído todo lo que los enamorados se
han contado desde que el mundo es mundo.
A
partir de ahí todo fue un continuo expandirse por el espacio estelar hasta que,
por fin, el verbo se hizo carne, la materia se adueñó de la materia, y la
explosión se hizo inevitable. Llegados a este punto seguro que entenderán por
qué estas partículas, elementales y todo lo que ustedes quieran pero que
parecieran llamadas a ser una y la misma cosa, quisieran montar un fiestón
inolvidable.
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