Él propio interesado no era consciente del todo pero bastaba
observarle apenas unos segundos para saber que aquél hombre, sin que cupiera
ningún género de dudas al respecto, llevaba un ser humano dentro. Un ser éste completamente distinto a él, otro
ser al fin, con su propia consciencia y su propia voz única e irrepetible. A
veces se pisaban el uno al otro dialécticamente hablando transgrediendo así, de
forma serenamente violenta, un pacto implícito de no agresión. A juzgar por su
forma de comportarse, el ser humano que llevaba dentro debía tener una figura
de aspecto quijotesco, y disfrutaba viendo cómo se alejanban los sueños.
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