Apenas si había introducido medio cuerpo en la puerta giratoria
del hotel cuando, en un gesto instintivo, volteó la cabeza hacía atrás y percibió
con claridad un atisbo de mirada que traspasó sus pupilas y estalló en alguna
parte de su cerebro. Lo cierto es que aquella mirada contenía las dosis justas
de desapego y dulzura que más adelante iban a hacer posible el reencuentro y la
gozosa aniquilación.
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