Tenía unos ojos de indefinible coloración, similar al que adoptan
los rastrojos más resecos en las noches de agostadero, que se veía acrecentada
por el brillar de sus pupilas en el transcurrir de la inocente borrachera. Al
llegar a casa sintió en el bajo vientre un dolor punzante pero contenido que le
acompañaba desde pequeño y que rara vez se convertía en gesto. Nada grave. Una
vez más sintió añoranza de su dios, que le tenía abandonado desde hacía ya no
se sabe cuántos lustros, y vació su zozobra sobre el espejo del lavabo. Nada
grave.
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