viernes, 8 de agosto de 2014

NADA GRAVE


Tenía unos ojos de indefinible coloración, similar al que adoptan los rastrojos más resecos en las noches de agostadero, que se veía acrecentada por el brillar de sus pupilas en el transcurrir de la inocente borrachera. Al llegar a casa sintió en el bajo vientre un dolor punzante pero contenido que le acompañaba desde pequeño y que rara vez se convertía en gesto. Nada grave. Una vez más sintió añoranza de su dios, que le tenía abandonado desde hacía ya no se sabe cuántos lustros, y vació su zozobra sobre el espejo del lavabo. Nada grave.

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