Perdido
en la galaxia de sus ojos, repiqueteaban las miradas aquí y allá como si de una
lluvia de estrellas fugaces se tratara. Las ideas, en este ir y venir tan
propio de las Perseidas, tampoco se quedaban atrás. La última que cruzó por su
cabeza antes de caer rendido sobre el sofá venía a decir que, por mucho que la
gibosa luna de lo razonable pretendiera ocuparlo todo, siempre quedarían
suficientes resquicios para que algún sueño y algún que otro deseo tuvieran su
oportunidad. Había que perseverar.
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