Tenía la fea costumbre de enseñar sus heridas para que se
comparecieran de él. Proveniente de un antiguo linaje de lunas y basalto, su
pequeño secreto consistía en aparentar que no tenía nada que esconder. Claro
que no siempre lo lograba. Lo único cierto, lo impepinable que diría mi madre,
era que, allá donde iba, dejaba en el aire un incomprensible olor a cuchillos
oxidados.
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