El aguijoneo de la ambición, además de dejar en su boca un
característico sabor a metal usado, estaba abriendo pasadizos insospechados
entre la bestia que siempre fue y una realidad que, por fin, parecía amoldarse
a sus deseos. Al igual que ciertas partículas subatómicas atraviesan la tierra
sin detenerse, sus neuronas habían conseguido traspasar el estado básico de las
cosas estableciendo con ellas un extraño nivel de hermanamiento. Con todo y
eso, la ansiedad no menguaba.
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