El arte de la rareza se alcanza luciendo en la estación de Atocha
un bonito juego de maletas confeccionadas con piel de pollo. En esa misma
estación, pero en la parte reservada a la alta velocidad, el arte de la rareza
se puede alcanzar también observando cómo una pura imagen inmóvil y barbuda,
sustentada en la mera respiración, provoca la ipso facta presencia de una
montaña de pequeños miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado,
la mayoría con problemas de mocos, problemas éstos que tratan de resolver
sorbiéndolos marcialmente al ritmo de un dos por tres al tiempo que interrogan
al sospechoso.
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