lunes, 16 de febrero de 2015

GUITARRA


Aunque vivía de forma austera, contenido en sí mismo y aislado en demasía, el fin de su apego hacia las cosas distaba mucho de estar cercano. La culpa de todo la tenía aquel objeto del diablo con forma de guitarra acústica. Seis cuerdas de acero atadas a un mástil y a una caja yumbo de maderas preciosas que, aun tras el cristal del escaparate, emitían un sonido sordo e intemporal que se propagaba a través del aire y que ejercía sobre él un influjo poderoso. Sin ningún género de dudas, su ausencia –el deseo de poseerla- estaba en el origen de los melancólicos estados de ánimo que creía detectar en él.

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