Aunque vivía de forma austera, contenido en sí mismo y aislado en
demasía, el fin de su apego hacia las cosas distaba mucho de estar cercano. La
culpa de todo la tenía aquel objeto del diablo con forma de guitarra acústica.
Seis cuerdas de acero atadas a un mástil y a una caja yumbo de maderas
preciosas que, aun tras el cristal del escaparate, emitían un sonido sordo e
intemporal que se propagaba a través del aire y que ejercía sobre él un influjo
poderoso. Sin ningún género de dudas, su ausencia –el deseo de poseerla- estaba
en el origen de los melancólicos estados de ánimo que creía detectar en él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario