Gentil y piadoso a partes iguales, aquel hombre rendía un culto
constante a la palabra, al verbo en general, y se sentía atraído de manera
irresistible por el buen uso de la elocuencia. Escribir bien, pensar bien y
obrar bien eran para él una y la misma cosa. Amando, sin embargo, resultó ser
un ser terrible, al punto que su egoísmo, con el transcurrir del tiempo, le
hizo enfermar.
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