Esa obcecación insana por pasar al instante siguiente costara lo
que costara, le situaba de continuo al borde mismo de la locura. En el
sanatorio lo sabían. Siempre ocurría lo mismo. Más o menos a eso de las diez
algo reventaba en su cerebro. En su cabeza tenía lugar una especie de big bang encefálico y las neuronas
comenzaban a expandirse por todo el espacio inter craneal a una velocidad de
vértigo. A las diez y diez le pinchaban y de sus ojos glaucos nacía una luz
cálida y cercana a las estrellas. A las diez y quince un rumor de voces sordas
le invitaba a regresar al abismo de la noche y el silencio. Sin voluntad, loco
por fin, obedecía el mandato.
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