Conforme avanzaban los años y aumentaban las chocheces, notaba cómo
la abulia y la falta de nervios iban empañando su alma de un fatalismo supersticioso.
Era una mezcla de tontería y maldad debido a que, especialmente esta última, no
duerme. Si no ponía pronto remedio a este estado de cosas,
acabaría legando al demonio un alma renegrida en exceso y unos ojos color
ceniza -como el del alba que apenas si acaba de reventar en un frío día de
invierno- vacíos de amor. Y eso sí que no. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
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