Nada sabía del deseo cuya ausencia quema y destruye la carne
humana. Aun así, misteriosos vapores escapaban de su semblante. Era como si, en
el mismo instante, todas las células que conforman su estructura biológica
quisieran decir algo, cada una algo distinto. Era una cafetera a punto de
estallar que decía cosas incomprensibles mientras miraba el sombrero –cosas como
que él era el perchero y el perchero era el padre- y tenía los ojos de alguien
a quien no le importaría morir en ese preciso soplo.
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