Que en el mundo había cosas extrañas era algo de sobra conocido.
El hueco que tenía en el lóbulo de la oreja, por ejemplo, era una de esas cosas
raras, pero como se veía poco y nunca hablaba de ello lograba que la rareza
pasara desapercibida. Una mañana, sin embargo, no pudo evitar ser el centro de
atención de todos. Después de un sueño muy parecido al de la muerte, la
felicidad misma de sentirse vivo le hizo despertar siendo propietario de un
rostro extraordinariamente bello, un rostro que desde luego no era el suyo y al
que poco a poco tuvo que irse acostumbrando.
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