Sueño, y en el sueño alguien llora por mí. No por mi causa, sino
para mí. Se trata de una ofrenda que llega desde el fondo de un valle anegado
por el tiempo. Luce mediana edad, una mirada melancólica, y aparece sentada
sobre una piedra. Sus ojos, su rostro todo, está repleto de rincones anodinos
donde se adhiere el barro. Vino de lejos, como el aguacero, y llora para mí -no
por mí- empapando mi alma de dulzura.
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