Arrastraba su cuerpo y su nostalgia por lugares extrañamente oscuros de
forma y manera que, lejos de amainar, se acrecentaba en él ese sentimiento de
tristeza melancólica cercano a la
pesadumbre. A veces encontraba gotas de tregua en el infinito espacio de
una baldosa, un gesto o un cenicero, pero lo normal era volver a casa con el
alma encogida y el corazón vacío. Había que correr riesgos, y es lo que hacía.
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