Aun
a pesar de tener la cara cosida de arrugas y sembrada de viruelas, lo cierto es
que cumplía los años, o los años le cumplían a él, lo que se dice
ventajosamente. Con todo, sus flujos de su conciencia no terminaban de hacerse
cargo de ese cúmulo de nubes de zumbido sordo que, como troncos resecos,
celebraban el ir y venir de Venus por el disco del Sol, mientras sus pasos le encaminaban
al olivar para que depositara allí, a la sombra de un arbusto centenario, su
diaria ración de excrementos. Y lo que somos los humanos: al tiempo que se
limpiaba el ojete con un trozo de teja rota que le costó encontrar, pensaba que
sus flujos de conciencia ya no eran ni sombra de lo que fueron.
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