Estaba
siendo invadido por un deseo, casi sensual, de convertirse en un animal
instintivo, ciego y estúpido, y si no fuera por su preferencia por el silencio,
ya lo habría gritado a los cuatro vientos. Sus movimientos durante sueño eran
limpios y serenos, proyectando sobre la pared unas sombras alargadas y oblicuas
que bien pudieran ser la envidia de Giacometti. Como fuere, sentía que lo que
esperaba ya había llegado.
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