Llevaba
tres días auscultando en el aire la misma melodía que escuchaba el tipo del
silencio de los corderos, en esos momentos tontos de la tarde en los que se
afanaba cosiendo unos cueros con otros para confeccionar su traje a medida. Así
pues, las variaciones Goldberg resonaban melodiosas y dulces en la inmensa
pequeñez de su cabeza, de modo que durante un tiempo tuvo la falsa sensación de
que se había liberado de los recuerdos; para más inri, el descubrimientos de
que aún era capaz de llorar le produjo una sensación de paz y de tranquilidad definitiva,
extraordinaria.
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