domingo, 25 de mayo de 2014

UN EXTRAÑO RICTUS

A los dieciséis años se enfrentó cara a cara al primer moribundo que vio en su vida; los demás pueden decirse que, de una u otra forma, habían muerto a sus espaldas. Con muerto y todo, su decimo sexta vuelta alrededor del sol resultó ser tediosa en extremo, al punto de llegar a afectar a su inteligencia. Efectivamente, cada una de las trescientos sesenta y cinco partes en las que se acordó dividir el año del señor de mil novecientos setenta y cinco resultó invariablemente idéntica al anterior, salvo el ya mencionado día en el que tuvo la ocasión de conocer al muerto, a la sazón tío por parte de padre. Durante el funeral dijeron del familiar extinto cosas muy subjetivas de difícil comprobación a propósito del tamaño de su alma pero, más allá de elogios literarios, lo que quedó en su memoria fue la imagen de un rostro pálido y envejecido con una boca extremadamente pequeña, que parecía como contraída en un rictus extraño se supone que debido a una agonía extremadamente larga y sufrida. 

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