Toda
la realidad, toda, se encontraba en unas condiciones lamentables. La voluntad
de actuar en cualquier sentido había desaparecido de la faz de la tierra. Sólo
quedaban cuerpos que, víctimas de sí mismo, deambulaban medio muertos sin que nadie
pareciera tener los arrestos suficientes para dar por finalizada una existencia
dolorosa y, en el mejor de los casos, anodina e inútil. Con todo, el rubor que
a modo disfraz cubría sus rostros no les impedía intuir el olor de la matanza
que se avecinaba.
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