Quién no
añoró alguna vez aquellos buenos tiempos en los que para volar bastaba con
anudarse una toalla al cuello, tumbar el cuerpo sobre una mesa y extender los
brazos en el aire; tiempos hermosos esos en los que volar, dije volar, era lo
natural. Luego las cosas se tuercen y se llegan a vivir momentos miserables,
como los que acontecen cuando la gloria de uno es razón suficiente para el
sufrimiento y la muerte de muchos. Ahí más que nunca, en esos momentos de pura
ignominia, conviene no olvidar que hubo un tiempo en que pudimos volar con solo
proponérnoslo.
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