martes, 14 de abril de 2015

LAS FLORES DEL MAL


Cogió con las dos manos el ramillete de amapolas y margaritas envenenadas que le regaló su amor, y camino de la residencia se las fue comiendo. Sin sal ni nada.  Parece que –además de con las manos frías- llegó con hambre de finitud a aquella cita con las flores del mal, de modo que se la podía ver cómo devoraba con apetito y sin aspavientos la ponzoña que habitaba en lo más tierno de aquellos pétalos. La zozobra de esa huida absurda, innecesaria, se transformó primero en congoja y luego en rigidez.

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