Fuerte y listo como era, tenía sin embargo la fea costumbre de dejarse robar
las esperanzas con una facilidad pasmosa. Bastaba la más mínima contrariedad,
el más leve chantaje, para que abandonara cualquier tentativa de batalla.
Fácilmente maleable desde el punto de vista emocional, parecía como si sus
deseos murieran antes de nacer. Pero no era así del todo. En realidad sus
deseos, que eran muchos, se almacenaban levitando en su córtex cerebral. Había
incluso algunos, los más densos, que con el paso del tiempo llegaban a formar
vaporosas nubes de deseos que llegaban a condensarse en las capas más altas del
cráneo procurándole insoportables dolores de cabeza. Nunca dieron con el origen de la espantosa
migraña.
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