Todo estaba oculto tras una serenidad ficticia. Eso de puertas a
fuera. Su interior, sin embargo, aparecía ante sus ojos deslucido y con
marcados rasgos de tristeza, de modo que no le quedaba otra que rumiar su
disgusto y su infelicidad mientras fregaba los cacharros. Pero seamos críticos:
algunos pequeños gemidos que escapaban de la cuarentena y el ruido de la
vajilla contra el acero inoxidable constituían la banda sonora adecuada de este
vodevil, cuyo origen habría que buscarlo en una mezcla insana de tontería, necesidad
y caridad mal entendida.
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