sábado, 18 de abril de 2015

HANS


Con la flema y la energía propias de un buen alemán, tenía el don de arrastrar a su interlocutor a los dominios de su propia angustia, y a poco que éste no se percatara de las maniobras dialécticas de su anfitrión, podía acabar en cuestión de minutos presa de una depresión extrañamente dulce. Así, mientras el crepúsculo languidecía hasta convertirse en oscuridad, el visitante quedaba sobrecogido por un desasosiego que parecía tan insondable como infinito, lo que tenía el efecto paradójico de generar hacia nuestro querido Hans una simpatía por parte de sus víctimas del todo inmerecida.

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