O hice aquello que tenía que hacer, en cuyo
caso no me acuerdo, o no hice lo que tenía que hacer, cuestión ésta que tampoco
recuerdo. Así las cosas, la única certeza a la que puedo agarrarme es que no
recuerdo si hice o dejé de hacer lo que tenía que hacer. También podría jurar
que estos desdichados olvidos, aparentemente libres de conexión unos de otros,
me traen por la calle de la amargura. Me olvido de mis olvidos. Ahora, por
ejemplo, lo que no recuerdo es qué es eso que tenía que hacer y no hice –o hice-,
que era lo que al principio no recordaba. Por cierto ¿por dónde quedaba la
calle de la amargura?
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