miércoles, 29 de abril de 2015

CASUÍSTICA


La mirada, sin moverse un ápice de su sitio, atravesaba veloz el éter hasta encontrarse con la mirada del otro. Una vez allí, la casuística era muy amplia: cabía la posibilidad de que una y otra se sostuvieran en el aire, podía ocurrir que una de ellas, cualquiera, se escabullera en busca de un resquicio a través del cual profundizar en el ser que tenía enfrente, y también podía ocurrir -no era extraño- que la mirada se extraviara para perderse en un detalle –digamos unos labios- u otro –digamos el lóbulo de una oreja-, hasta que, dibujando un hermoso tirabuzón, volviera en busca de la otra mirada, a la que ya echaba de menos. Tomaban café, y las miradas hablaban.

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