Los recuerdos se agotaban. Llegaba a su fin
ese combustible que la había permitido vivir sin dejar de ser quien era. Cada
vez tenía que irse más y más lejos en la memoria del tiempo para poder capturar
allí ciertas imágenes –su padre y ella pescando a trasmallo en el río, el campo
de aviación de la Luftwaffe a las afueras del pueblo, el hambre, la ración de
pan de centeno- en la que reconocerse como protagonista de un ser con pasado.
Pero la angustia era momentánea. Bastaba con contemplar aquél sosiego envidiable,
el monótono zumbido del aire acondicionado reverberando sobre su rostro
dormido, para comprenderlo.
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