Lo que de tristeza habitaba en las cosas, en cada una de las
cosas, adoptaba forma de un barniz sutil que se adhería a su iris, de modo que
a su cerebro le llegaban del mundo continuos mensajes de congoja y abatimiento.
Esto aportaba al anciano Mateo, además de ahogo, un regusto extraño a tormento
permanente. Ni que decir tiene que, ante tamaño escándalo, fueron innumerables
las veces que estuvo a punto de arrancarse los ojos, pero la falta de agallas y
lo desagradable del procedimiento le impidió afrontar con éxito lo que,
probablemente, hubiese supuesto su salvación en vida.
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