sábado, 18 de abril de 2015

MATEO


Lo que de tristeza habitaba en las cosas, en cada una de las cosas, adoptaba forma de un barniz sutil que se adhería a su iris, de modo que a su cerebro le llegaban del mundo continuos mensajes de congoja y abatimiento. Esto aportaba al anciano Mateo, además de ahogo, un regusto extraño a tormento permanente. Ni que decir tiene que, ante tamaño escándalo, fueron innumerables las veces que estuvo a punto de arrancarse los ojos, pero la falta de agallas y lo desagradable del procedimiento le impidió afrontar con éxito lo que, probablemente, hubiese supuesto su salvación en vida.

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