Una
vorágine de voces bastardas cabalgan la tinta, y como andan ciegas de luz y
necesitadas de sueño, deciden seguir el rebufo que la impronta de niebla negra
va dejando sobre las sombras. Digámoslo ya:
esas no son maneras de escribir. Las procesiones de letras difuntas se
amontonan sobre las fosas electrónicas, asépticas, sin glamour, y así no hay
forma de hilar una historia decente por mucho que los gin-tonic entren en
trance. Termina la tarde y sobre la pantalla sólo quedan secuelas de
exabruptos, trozos de limón, y un cierto instinto de supervivencia
estrictamente personal y de muy dudoso gusto.
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