Por fin ponía un pie en la habitación del mítico hombre hipoteca.
El habitáculo era angosto y circular. Había una pila, un colchón y un retrete.
Y libros. Muchos libros que hacían las veces de poyetes sobre los que sentarse.
Encontré también lo que parecía una ventana pintada sobre el techo y cegada por
si las moscas a fuerza de tablones y clavos, que éstos sí eran de verdad.
Afuera, en el pasillo que hacía de distribuidor, no quedaba nada. Apenas si el
retumbar de unos latidos en la oscuridad.
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