jueves, 24 de septiembre de 2015

EL CRISTAL DEL AUTOBÚS


Observaba con aparente detenimiento cómo las imágenes se estrellaban contra el cristal del autobús, pero su mente estaba en otro sitio. Imaginaba la manzana de Newton, o la luna, o la luz del Sol, o un perro, pero no el perro de Poussin sino un perro vulgar, un perro discreto y mundano de esos que al verle nos hace creer que sólo hay un mundo y un perro en el mundo, un perro cantor que ladra a la luna como lo haría un toro enamorado o como lo haría un hombre enajenado por una dolorosa obsesión. Se pasó de parada, cambió de línea y de ciudad, mudó sin darse cuenta de mundo, pero allí seguía, observando con detenimiento cómo las imágenes se estrellaban contra el cristal del autobús.

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