Observaba con aparente detenimiento cómo las imágenes se
estrellaban contra el cristal del autobús, pero su mente estaba en otro sitio.
Imaginaba la manzana de Newton, o la luna, o la luz del Sol, o un perro, pero
no el perro de Poussin sino un perro vulgar, un perro discreto y mundano de
esos que al verle nos hace creer que sólo hay un mundo y un perro en el mundo,
un perro cantor que ladra a la luna como lo haría un toro enamorado o como lo
haría un hombre enajenado por una dolorosa obsesión. Se pasó de parada, cambió
de línea y de ciudad, mudó sin darse cuenta de mundo, pero allí seguía,
observando con detenimiento cómo las imágenes se estrellaban contra el cristal
del autobús.
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