Vivía en la espera más absoluta. El origen de tanta magnanimidad
en el tratamiento del tiempo sólo podría explicarse a través de un concienzudo
análisis a propósito del sufrimiento humano, estudio éste que no ha lugar en
estas líneas. Lo cierto es que ese afanarse en las insondables dimensiones de
su tarea, ese vivir permanente absorbido en sus pensamientos, aportaba a sus
gestos una cadencia y una plasticidad envidiable en opinión de aquellos que
tuvieron el privilegio de conocerle. Colgado entre el aire y la luz,
simplemente observaba.
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