El
furor de la danza inmóvil protagonizada por el rocío, en contraste con la saña
de unos náufragos difuntos que ya no eran sino despojos de sí. Esa era la
imagen que quedó en mi cabeza. Más tarde pensé que a los náufragos y al rocío
les unía una carencia severa de bitácoras y astrolabios, y un frenesí de
dicción húmeda que, de seguir así, desembocaría inevitablemente en la mudez más
estricta. En fin, témome muy mucho que, más allá del sueño, las atávicas
endorfinas encargadas de la gestión de la ira estén haciendo un trabajo
lamentable.
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