En lo más fresco del jardín, encogido como un ovillo de algodón
entre hortensias gigantes, desapareció presa de un sueño profundo, como de niño
bueno. Él, el más pequeño de los pájaros, vivía enjaulado, no recuerda cómo
logró escapar, volaba ya, pero algo irrumpió su ensoñación. En aquella hora de
siesta, la realidad que se apoderaba de él tenía forma de silencio
sobrecogedor.
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