Uno quisiera disolverse entre sus aguas como humo de nube en el
trasluz de la tarde, pero lo cierto es que las sopas de ajo rara vez permiten a
uno dejar de ser quien es. Desechada la transustanciación, parece razonable
pensar que el consumo de este caldo aderezado de pan, ajo y pimentón, servirá
al menos para fortalecer en alguna medida la constitución física y espiritual
del comedor de sopa, y le permitirá hacer más llevadera la carga de fatiga que,
por momentos, pudiera parecerle insoportable, lo que bien mirado no es poco
sobre todo si el condumio, además de provechoso, resulta sabroso.
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