Un escuadrón de mosquitos inmortales se adueñó de la estancia.
Repletos de furia, desembarcaron no se sabe procedente de donde, y salieron de la
casa barrigones y saciados, después de haberse revolcado a base de bien en la
húmeda polvareda de nuestros cuerpos. Sólo cabe el consuelo de pensar que, piel
por piel, el festín fue mutuo.
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