En sus ojos reinaba un ámbar negro y transparente. No obstante de
este fenómeno verdaderamente extraordinario, lo relevante en el caso de estos
sensores era el hecho de que ambos vivieran en una suerte de eternidad ausente
de sentido donde el tiempo y sus acólitos –los mártires, los héroes, los
sabios- quedaban convertidos al solo contacto con aquellas vistas en meros
espantapájaros atados cada cual a una mentira más o menos lustrosa. Así estaban
las cosas hasta la tarde en que se mató. Cierto es que al día siguiente las
cosas estaban igual, pero ya se empezaron a escuchar algunos rumores de cambio.
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