Escaso conocedor de las mañas propias de las fieras y de los
hombres, sabía sin embargo que la espera consistía en una matanza de tiempo
inútil. También sabía del hambre y del abandono, y de imaginarios ríos de almas
que desembocaban en noches de fulgor loco. Tanto saber le procuraba confusión y
cierto dolor de cabeza, de modo que se propuso simplemente recordar. Dicho y
hecho: con toda su macabra desnudez de cal y sementera, el cerro Almodovar
apareció nítido en su mente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario