sábado, 26 de diciembre de 2015

SCHUBERT

Sabía que la terquedad del tiempo, cada vez más huidizo e irreparable, se tornaría primero en barba abandonada, más tarde melancólica serenidad para terminar simplemente en polvo. Quizás por eso, y porque creía al hombre y a la naturaleza capaces de las más increíbles hazañas, gustaba de versificar su curiosidad malsana con astronómica y sutil exactitud, como si estuviera construyendo una especie de sinfonía que necesariamente sería inconclusa, y que no tendría la firma de Schubert.


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