Cualquiera
que se haya aventurado algo en los ajetreos propios de este santo oficio sabe
que también las palabras tienen por costumbre cerrar los ojos por dentro y
dormir. Ahora bien, que nadie se lleve a engaño y vaya a pensar que, en ese
estado de letargo en el que se encuentran cuando se echan sus cabezaditas,
dejan por eso de ser quien son. De ninguna de las maneras. Dormiditas y todo,
las palabras siguen aventado letanías de soledad y silencio, y siguen erre que
erre con su sigiloso goteo de secretos enracimados, de modo que al igual que
hambre no entiende de relojes y perfora los estómagos de los hambrientos en
cualquier momento del día o de la noche, así las palabras nunca cejan en su
empeño fundador de nuevos mundos.
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